domingo, 24 de abril de 2011

Nos vamos al pueblo


Hoy tocaría hablar de un m’ha agradat / no m’ha agradat pero si me permitís, en lugar de hacer una selección semanal de lo que me ha gustado y no, voy a hablar de lo que realmente he disfrutado esta semana.

Qué duda cabe que mi pueblo es La Llagosta, donde nací, crecí y donde me presento para ser alcalde con la intención de mejorar la calidad de vida de mis vecinos y vecinas. Pero eso no es obstáculo para tener un hueco en mi corazón para otro municipio que dista 460 km de La Llagosta.

Ese lugar se llama Villarquemado. Nombre curioso, que siempre ha levantado sonrisas entre los que me escucharon mentarlo. En la provincia de Teruel, este pequeño pueblo de no más de 950 habitantes ha sido el hogar de toda mi familia paterna y, además, el refugio personal que ha sido testigo de mis experiencias personales como infante y como adolescente.

Situado a unos 1000 metros sobre el nivel del mar pero en un altiplano flanqueado por montes de la Cordillera Ibérica, su clima es típicamente continental. Mucho calor en verano, en las horas centrales del día, y mucho, muchísimo frío en invierno. Sus inviernos duran 6 o 7 meses y en los meses de mayo o junio pueden haber oscilaciones de temperatura, entre el día y la noche, de 20 o 25 grados. Y no exagero.

Dicen que los recuerdos de la infancia son muy importantes a lo largo de tu vida. Incluso dicen que tu patria es tu infancia. Yo debo mucho a Villarquemado; mi refugio, mi lugar de descanso y retiro y, por supuesto, el lugar donde me gustaría acabar mis días.

El pueblo, como siempre me ha gustado llamarlo, fue en su día como el típico pueblo berlanganiano. Calles sin asfaltar, luz a 125, agua del pozo y leche ordeñada de la vaca, hervida y tomada para desayunar. Ese era el escenario que esperaba ver cada vez que salía de Barcelona. En coche con mis padres o en la compañía de autocares “La Rápida” cuando viajaba solo y me esperaba mi abuela en la estación de autobuses de Teruel.

Eran otros tiempos, entonces tardábamos entre 6 y 8 horas en llegar por carreteras nacionales estrechas y bacheadas. Con un Ford fiesta donde los niños nos estirábamos detrás y hacíamos el viaje dormidos o jugando a buscar figuras en las nubes.

El pueblo fue testigo mudo de mi primer beso, a los pies del paso a nivel, detrás de un rulo de cemento, tumbado en el suelo y rebozado de malas hierbas. Mis primeros mareos (por llamarlos así) por la ingestión desmesurada de bebidas con cierto grado alcohólico. Mis primeras grandes excursiones con bicicleta e, incluso, mi primera Derbi Variant (que no era mía sino de mi tío Máximo). Mi primera noche sin dormir, y la segunda, y la tercera, y la cuarta, y…

Esas primeras experiencias marcan a la gente y crean vínculos imposibles de romper, por mucho tiempo que pase. Si a todo esto le sumamos la cantidad de buenos amigos y amigas que uno hace con el tiempo, creo que estoy en condiciones de decir que mi pueblo es mi refugio, mi paraíso en la tierra, el lugar donde me encuentro en paz conmigo mismo.

Hace tiempo que quería escribir algo así, posiblemente algo mejor, pero es ahora cuando me veía en la obligación de hacerlo. Ahora tengo un blog donde regularmente expongo mis ideas y mis reflexiones y ahora, mientras escribo estas líneas, estoy precisamente aquí, en Villarquemado.

Siempre he dicho que mi pueblo tiene el mejor cielo que se puede contemplar desde la Tierra. No dejo escapar la oportunidad de fotografiarlo cada vez que visito estos lares y ahora, con la facilidad de compartir información que te ofrecen las redes sociales, lo he compartido con muchísima gente.

Por mucho que cambien los tiempos y la evolución quiera eliminar esos atractivos que quedaron en la retina del recuerdo, Villarquemado sigue conservando rasgos característicos que los años, espero, no consiga borrar. Sigue siendo el pueblo donde la mitad de la población asiste a los actos eclesiásticos de la Semana Santa mientras la otra mitad se sigue acordando de la II República y los desmanes que se cometieron después con la complicidad de la Iglesia (aunque sea difícil para muchos hablar del tema). Sigue siendo el pueblo donde en las fiestas de guardar, y en horas relativamente normales, encuentras las calles desiertas. Pero sobretodo es el pueblo donde puedes cerrar los ojos, como hice ayer, y percibiendo sus olores, sus vientos dándote en la cara y escuchando sus silencios, puedes retrotraerte a aquellos años de pantalones cortos y magulladuras por todo el cuerpo.

Ahora el pueblo avanza. Irremediablemente la evolución llega y cambia la realidad y la fisonomía de Villarquemado. Pero mientras sigan quedando paredes de tapia, mientras sigan habiendo caminos que recorrer, andando o en bicicleta, mientras podamos seguir paseando a cualquier hora y saludar a los paisanos y paisanas sentadas en las puertas. Mientras podamos seguir sintiendo todo esto, el pueblo seguirá siendo aquel que tanto echo de menos cuando estoy fuera.

Por todo ello quiero dar las gracias. Gracias a todas y cada una de las personas que hacen que cada vez que visito Villarquemado hacen que me sienta en mi pueblo. Muchas gracias.

4 comentarios:

  1. Lástima que nuestros hijos no puedan comparar estas dos maneras de vivir cuando sean mayores, por un lado la tranquilidad y la calma de los pueblos y por otro la locura de nuestra vida actual, por lo que hemos de mostrarles que nuestra infancia ha sido muy feliz y les debemos enseñar esos valores que nos han hecho ser lo que somos.

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  2. No todo está perdido, querido anónimo. Todavía quedan espacios donde se puede respirar la calma y el sosiego.
    Por eso es tan importante mantener nuestros pueblos vivos y que no desaparezcan.

    Gracias por tu comentario, has entendido muy bien mi situación.

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  3. Es una lastima que esa calma y tranquilidad que buscamos en "nuestros pueblos" no la podamos conseguir, aunque sea parcialmente, en nuestra Llagosta, nuestro pueblo de "adopción", soy consciente de que no es comparable el estar de vacaciones al dia a dia del trabajo y de las tareas cotidianas.
    Quizas tengamos que terminar haciendo con "nuestros pueblos" algo parecido a lo que hacemos con los Parques naturales, con el fin de evitar que arrasemos con todo vestigio natural hemos tenido que crear reservas "verdes", pues lo mismo pero con esos "pueblos" donde el ritmo de vida es más lento y donde hay tiempo para casi todo.

    Aunque lo mas facil seria poner freno a nuestro modelo de vida, consumista, acelerado, competitivo,... y valorar más lo que realmente importa, la amistad, la familia, la solidaridad...
    Es cuestion de proponerselo y lo mas importante de poder trasnmitirselo a nuestros hijos/as, con el ejemplo.

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  4. Me quedo con la última parte de tu comentario. La educación desde abajo es fundamental para frenar la orgía consumista que nos impone el sistema.

    Hoy más que nunca se hace cierto el refrán que dice "no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".

    Salud

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